Un anuncio que busca “camarera con buenos pechos y que sea cariñosa con el jefe”, una invitación que indica como dress code “minifalda, bikini y tacones” y una isla sembrada de vallas en las que cuanta menos ropa luzcan las modelos mejor se promociona o se vende un establecimiento. Pasan los años y todo sigue igual. ¿De verdad tenemos que normalizar estos mensajes en el año 2016?
La canción de Ella Baila Sola, “Mujer Florero”, suena con fuerza en mi cabeza y me recuerda a la niña de 17 años que se reía con una letra satírica que ironizaba sobre la vocación de futuro de su protagonista. Entonces, a punto de comenzar la Universidad, recuerdo que escribí un artículo al respecto que publicó la revista COSMOPOLITAN y que tuve pegado en el interior de mi armario durante años. En el mismo denunciaba la presión social sobre las mujeres que nos llevaba a sentir que se nos exigía estar delgadas, ser perfectas, ir impecables y seguir, al fin, las indicaciones de aquellos libros de “buen comportamiento” que tanto deploraban nuestras abuelas.
20 años después, me pongo en la tesitura de esas chicas y de esas mujeres a las que se les sigue presionando de idéntica manera para que el envoltorio prime sobre el contenido. Lo que me aterra es que se emite desde muchos más flancos que entonces, porque antaño teníamos 5 canales de televisión, escuchábamos la radio y leíamos libros y revistas, pero hoy la publicidad lo impregna todo y está tácita en teléfonos, redes sociales, canales y propaganda o mensajes cotidianos. Actrices que denuncian el Photoshop en sus fotos, cantantes de 50 años que se comportan y emulan a veinteañeras, y la frustración como bandera de quienes se creen esa mentira y piensan que la realidad se viste de sonrisas perfectas y de culos de infarto, cuando la esencia no es esa y lo importante no se parece en nada a esas fotos adulteradas.
Está en nuestra mano no acudir a aquellos lugares en los que siguen creyendo que el cuerpo de la mujer no es más que un florero destinado a decorar, con un contenido que al final muere y que reposa sin molestar en un rincón iluminado. Somos nosotras quienes debemos romper con un molde que sin materia prima no puede seguir construyendo un castillo de naipes oscuros y falsos. Si todas las mujeres rechazasen ser protagonistas de estas historias no habría más cuentos que escuchar.
Nadie debería permitir jamás que en su currículum figuren unas buenas tetas, y sueño con que ese evento en el que se pide a las invitadas que acudan ligeritas de ropa, y presumo que cascos, sea un fiasco absoluto. Por mi parte declino hacer acto de presencia en restaurantes, discotecas, establecimientos o adquirir marcas para las que las mujeres no somos sino un instrumento de reclamo, la zanahoria tras la que corren los burros.
Lo triste es que escribo estas letras escuchando la misma música de mi adolescencia, con idéntica impaciencia porque se conviertan solamente en eso: en canciones.
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