Metes la mano por la rendija del buzón y percibes un taco de papeles suaves, poco abultados y de pequeño tamaño. Desde hace años solamente encuentras facturas, alguna invitación de boda clásica y flyers de nuevos establecimientos, por lo que la ilusión por recibir alguna agradable sorpresa postal es tan vaga como ganar el Euromillón.
Sin embargo su número es elevado y te pica la curiosidad. Mientras buscas la llave recuerdas que el otro día viste la llamada perdida en el teléfono de una amiga de la que no sabías nada desde hacía tres años y analizas que eso solo puede deberse a tres cosas: o quiere venir de gorra a Ibiza, o está embarazada, o se casa, y ahora puede que se confirme alguno de esos supuestos. Al girar la cerradura e investigar su contenido lo que aparece ante tus ojos es un “déjà vu” en toda regla del pasado mes de diciembre: sobre repletos de propaganda electoral de los partidos que vuelven a la carga, en unas nuevas elecciones que se presumen idénticas a las anteriores y a las que prestarás la misma atención. Respiras tranquila, porque con dos enlaces este verano ya tienes suficiente, pero, de pronto, nace en ti una desazón con aroma a impotencia e indignación.
Mientras subes las escaleras con los papeles en la mano, que irán directamente al cubo de reciclaje de tu casa, analizas que el coste de este “folleteo”, o lo que es lo mismo los 140 millones de euros que cuestan dichos folletos, los vas a pagar tú. En ese momento el juego de palabras que podría haberte parecido divertido hace un instante se transforma en un humor negro y oscuro que te enfada más que una multa de tráfico y una notificación de Hacienda juntas. Cierras de un puntapié la puerta y te planteas una de esas preguntas sencillas que parece que los de arriba no se han hecho: si existen medios de comunicación en los que difundir el mensaje, si hay herramientas online para reducir los costes de una batalla electoral que en nuestro país corre a cargo de los ciudadanos, ¿por qué debemos invertir de nuevo nuestros impuestos en algo tan anacrónico e innecesario? Las nuevas elecciones nos constarán a los españoles cerca de 300 millones de euros, de los que la mitad van destinados a dejarnos estos regalitos en el buzón que llenarán de colores y nombres nuestra mala leche. ¿No están empezando a ponerse amarillos, verdes, rojos, naranjas, azules o morados del susto?
¡Señores volvamos a las cabinas, en plan “Supermán”! Introduzcámonos en los espacios habilitados en los colegios electorales para que nadie sepa a quien votamos de nuevo, porque la mayoría de los consultados afirma que no cambiará su intención de voto, y destinemos esa cuantía a cosas más necesarias; no sé, déjenme pensar, ¡ah sí!, ayudas a familias en exclusión social, dotaciones a nuestra maltrecha sanidad, inversiones en investigación o en educación… llámenme loca pero si secundamos la petición que ha nacido en Facebook para promulgar un cambio en el modelo de difusión de partidos, tal vez cambiemos las cosas, desde las bases. Empecemos por pequeñas cosas.
Mi amiga Mónica, una gran periodista que desde que tomó la alocada decisión de ser madre y formar una familia ha visto como su profesión se apagaba y su rutilante carrera se llenaba de baches, me propuso este reto el pasado miércoles desde las redes sociales, y yo se lo devuelvo en forma de artículo, porque aquí luchamos juntas por muchas cosas, no solo por ahorrarnos muchos duros, sino también por lograr un gobierno ambidiestro que sepa utilizar ambas manos a la hora de dirigir nuestro país. Me encantaría que, por ejemplo, esos 140 millones de euros sirviesen para que las bajas de maternidad fuesen paritarias y se extendiesen a los hombres, tal vez así las profesionales como Mónica tendrían idénticas oportunidades que sus maridos y nadie osaría preguntarles antes de contratarlas si piensan perpetuar sus sagas.
En este país de pandereta en el que los partidos no pueden autofinanciar sus campañas, ni los votantes podemos elegir a nuestros dirigentes con nombre y apellidos, el diálogo, la coherencia y el bien común se diluyen entre dimes y diretes y discursos llenos de humo y de “si no gano, me enfado y no juego”. Esos 300 millones de euros que todos perdemos son el resultado de los oídos sordos de quienes no han escuchado a un pueblo que les pedía un Congreso plural, en el que todas las voces sonasen de forma armónica. Aquí no hay vencedores y todos son culpables.
Ojalá en este tiempo de campaña en el que se acercan de nuevo al vulgo, los políticos abran los oídos y comprendan que los ciudadanos solo queremos que administren bien nuestro dinero, sin hablar de colores, de izquierdas y de derechas anacrónicas, defendiendo los intereses de todos y no solo los de quienes piensan como ellos. Ojalá algún día podamos llamarlos “nuestros políticos” y ojalá Mónica pueda dar la noticia, en un medio que la contrate por periodista, por válida y por luchadora, de un nuevo gobierno que cambie las reglas de un juego en el que por fin ganemos todos.
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