“Después de cada servicio me sentía sucia, vejada, una mierda que no valía nada, invisible y a la que nadie miraba por dentro. Me duchaba durante una hora acurrucada en el plato de ducha y me frotaba la piel con lejía hasta dejarla roja porque necesitaba eliminar cada rastro de los clientes que me usaban como si fuese un objeto”.
Son las palabras con las que “Socorro”, nombre ficticio de la mujer que me relataba en una entrevista cómo era ser “puta”, todavía retumban en mi cabeza. Esta semana puede que “Socorro” haya leído en este periódico que la Guardia Civil ha detenido en Sant Josep a los dueños de sendos prostíbulos acusados de explotación sexual. Si lo ha hecho estoy segura de que ha sonreído pegada a su cigarro nervioso, ese que siempre la acompañó en los malos momentos y que afirma que nunca la ha abandonado.
Que hay prostitución en Ibiza es un hecho. La Ley de la oferta y de la demanda se exhibe de forma ruda en la isla de los contrastes, donde el lujo exacerbado nos permite ver a un grupo de hermosas rusas jugando a las palas en una playa de Formentera, para que un jeque árabe disfrute de sus atributos, al módico precio de 1.000 euros el día, y a su vez exhibe a mujeres consumidas y rotas regalándose por 20 euros en las calles más oscuras de Figueretas. Como mujer, nunca he entendido un mundo sórdido en el que hay muchos culpables y demasiadas víctimas. La manera de terminar con todo sería muy sencilla si no hubiese clientes, pero lamentable e incomprensiblemente son millones los hombres de todo el mundo, sin distinciones de raza, edad, nivel económico o cultural, para los que las mujeres, o algunas mujeres, esas que nunca serán sus esposas, ni sus madres, ni sus hijas, y en cuyos ojos no ven que lo son de otras personas, no son más que un objeto de usar y olvidar.
Hay quienes afirman que hay mujeres a las que les gusta “este trabajo” pero, lo siento, creo que los casos, como quienes esgrimen que algunas se relajan planchando, deben de ser mínimos. Nuestro país permite que quienes ejercen el mal llamado “oficio más antiguo del mundo” puedan cotizar en la Seguridad Social. Eso sí, solo para quienes no son secuestradas, explotadas, chantajeadas o anuladas psicológicamente para convertirse en las gallinas de los huevos de oro de quienes las hacinan en pisos patera para que estén disponibles las 24 horas del día.
“Socorro” me contó que en esto de la prostitución entró por necesidad. Venía de una familia con pocos recursos, se enamoró de un chico malo que la vejó y la dejó embarazada y abandonada y tuvo que sacar a su hija adelante. “Socorro” tuvo su momento dorado. Le fue bien durante una época en la que ganó caché, vivió cómodamente y se gastó los cuartos en bolsos de marca que el común de los mortales nunca hemos tenido. Le costó dejarlo porque “el dinero difícil, nunca fácil, engancha; crees que no puedes hacer nada más y al final se te hace menos cuesta arriba que limpiar escaleras”.
La historia de “Socorro” se remonta a una época en la que las “chicas” eran controladas por “chulos” de esquina y “pitillo” y no por relojes de color rosa chicle con dispositivos móviles. Cuando vi la fotografía de los dispositivos usados por estos proxenetas, cuya apariencia era la de un reloj infantil, sentí el aroma de “Socorro” y su llamada de auxilio cerca.
Durante años en nuestra isla hemos visto cómo mujeres ejercían la prostitución en pisos ubicados en fincas de cualquier barrio y municipio. En mi propio edificio ocho chicas trabajaban día y noche al amparo de las llamadas furtivas de quienes muchas veces erraban de puerta y llamaban a la mía, con el pánico y molestias que pueden imaginar. La policía se lamentaba ante nuestras denuncias, afirmando que nada podía hacer y que era preciso que fuesen testigos de una transacción económica entre heteira y cliente para poder actuar. Hoy parece que las fuerzas de seguridad del Estado se lo han tomado más en serio y anuncian que entre sus prioridades está la investigación de la trata de seres humanos en Baleares. Por eso controlan ya los lugares en los que se pueda ejercer la prostitución para proteger a sus víctimas. De hecho, nos instan a denunciar casas, burdeles o domicilios donde creamos que puede estar desarrollándose esta actividad.
En Sant Josep ya han cerrado esta temporada dos locales y dos pisos en los que han encontrado munición, drogas, dinero y material informático. Eso sí, según está la Ley en nuestro país, en dos días los detenidos estarán en la calle y volverán a las andadas, mientras que estas mujeres, muertas de miedo, estas que tienen nombre, apellidos y familia, temerán su regreso como el del mismísimo diablo. Todas han dicho que querían estar allí, como si, por muy vocacional que fuese su trabajo, ejercer siete días a la semana con guardias ininterrumpidas fuese algo voluntario. Ellas, las que pagaban 30 euros al día por dormir en literas en las que compartir cuerpo, cuarto y cama no han dicho a los agentes cuánto se llevaban de cada botín. Estoy segura de que las cuentas nunca les han salido.
La manera de terminar con este cáncer que quita la vida de muchas mujeres es tan sencilla como prevenir el cáncer de pulmón: en la mayoría de los casos con no fumar es suficiente. En esencia, si no consumimos lo que no debemos nadie sufrirá las consecuencias. Son matemáticas puras: 2 – 2= 0. Los verdugos, en este caso, son todos los que no miran a estas mujeres a la cara y se engañan creyendo que contratar a una “puta” es algo normal.
“Socorro”, por cierto, tú vales mucho, eres una gran persona y tienes la piel y el alma muy limpias.
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