Tienes una hora para descansar tras una comida ligera, poco elaborada y menos deliciosa. Ha sido un día muy intenso y tienes programadas dos reuniones complejas por la tarde. De pronto tu teléfono se ilumina y ves que tu amiga Dolores, esa a la que hace meses que no ves, te ha incluido en un grupo de WhatsApp llamado “cenita molona”.
De pronto 50 personas comienzan a mandar mensajes, a abordar fechas, horas, restaurantes, precios e, incluso, a preguntarse entre unos y otros cómo están, y tu día se convierte en un devenir de frases, audios y textos inconexos que te llevan a aborrecer esa cita y a escribir un escueto “lo lamento pero ese día no estaré en la isla”, y salir por la puerta de atrás del grupo. Para colmo de males un tal Luis comenta que estás muy guapa en tu foto de perfil y que no te tenía fichada, afirmando orgulloso y con muchos emoticonos que te agrega a su “chorboagenda” (lo que Luis no sabe es que estas maravillas tecnológicas que son mil cosas más antes que teléfonos te permiten bloquear a gente como él que todavía usa esa “cutrepalabra”). Este es ese tipo de grupos que, entono el mea culpa, todos hemos creado pensando que sería una forma sencilla y eficiente de gestionar un evento y que terminan convirtiéndose en una pesadilla. Pero estos días, con la vuelta al cole, han vuelto otro tipo de chats que, según mis amigas con prole, son todavía más terroríficos: los grupos de padres.
Cada día es más complejo tomar un café o quedar con amigos y que estos dejen sus teléfonos en el bolso para dedicarte realmente la hora que habéis logrado cuadrar, pero, en el caso de quienes son madres, lo es más aún si tienen dos preciosas niñas cuyas progenitores orquestan sendos canales en los que abordar desde los lugares en los que los libros y los uniformes son más baratos, hasta cómo cerrar los regalos de cumpleaños, fiestas y demás vida social. Porque las infancias de ahora nada tienen que ver con las nuestras, en las que las fiestas se hacían en casa con sándwiches, ganchitos y tarta casera y a las que acudían los vecinos y solo los compañeros de aula que te caían bien. En aquella época el 70 por ciento de los regalos eran libros, al menos en mi caso, y nunca superaban las 500 pesetas de valor. Hoy se juntan para comprar consolas, bicicletas o tabletas electrónicas y acuden a salas especiales de fiestas infantiles a las que, cuando no sabes de qué va el rollo, te sumas en el primer cumpleaños y eludes en los siguientes recordando que no tienes hijos y que prefieres festejar con tu sobrino ese día tan especial de forma más íntima y en la maravillosa y estricta familia (¡por Dios y no con 50 niños y 50 padres hablando de temas de los que no tienes ni idea!).
Esos grupos de WhatsApp son tan peligrosos que incluso la Policía Nacional ha alertado en sus redes sociales de la necesidad de que se controlen sus contenidos para que no se conviertan en un canal de cotilleos, comentarios negativos hacia los profesores “que tienen manía a sus pobres hijos”, controlar las agendas de esos pobres niños sobrestimulados que no saben lo que es aburrirse como Dios manda, y que algunas veces se convierten en una pugna por ver “quién la tiene más grande”. No soy yo quien critica estos grupos en los que no estoy ni quiero estar, sino la comunidad educativa que ha alertado del desmadre de estos chats mediante el sindicato ANPE (Asociación Nacional de Profesores Estatales), constatando un aumento de las quejas de los maestros sobre la difusión de falsas acusaciones y malentendidos contra ellos a través de esta red social.
Y es que si el 81 por ciento de los internautas utilizan hoy estas redes sociales y el 90 por ciento de estos confiesa que todos los días se engancha a WhatsApp y Facebook, hagan cuentas de cuánta gente puede decidir escribirles al día. Ya hay, incluso, manuales para un uso correcto y pedagógico de estos medios de comunicación y, sobre todo, consejos de sentido común, como no subir fotografías ni vídeos de menores y controlar lo que publicamos de quienes tienen menos de 18 años o de quienes parece que los tendrán toda la vida.
Bromas aparte, cada vez son más las personas que han visto cómo unas redes que parecían una sencilla forma de comunicarse con todo el mundo de forma gratuita y rápida, han terminado enredándoles y exponiéndoles a estar continuamente localizables, con enfados de por medio si no has respondido a un comentario, a un favor o a una pregunta “sabiendo que lo habías leído y que estabas en línea”.
En este artículo rompo una lanza a favor del correo electrónico, mucho menos invasivo e ideal para cuestiones laborales, y deploro tener que estar 24 horas disponible para amigos y clientes porque, verán ustedes, más allá de la puñetera pantalla del teléfono hay una vida maravillosa y unos rincones sin cobertura en Ibiza y fuera de ella que no quiero seguir perdiéndome.
Así que, antes de crear un grupo de “amigos”, o de escribir a esa persona a la que aprecia a las once de la noche, respire, cuente hasta diez, y llámelo mejor en horario laboral para que recuerde cómo es el maravilloso tono de su voz y recuperemos la comunicación personal y directa. De los audios de 10 minutos ya hablaremos en otro artículo.
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