El otro día recibí un chiste por Whatsapp. No me suelen hacer gracia, lo reconozco, pero este, particularmente, me hizo esbozar una sutil sonrisa. En este texto se recreaba una conversación telefónica en la que un hombre llamaba a una pizzería. Resultó que Google había comprado ese establecimiento y, tan solo con el número de teléfono de quien llamaba, supo que se trataba del señor López, que iba a pedir una pizza cuatro quesos e, incluso, se tomó la libertad de recomendarle que cambiara a una opción más vegetal puesto que en su último análisis de sangre el colesterol le había salido alto.
Esa escena, un tanto exagerada y llevada al extremo, no es tan irreal si miramos nuestro teléfono móvil y comprobamos qué información le hemos dado o no. Pedimos comida a domicilio, compramos viajes, alquilamos películas, adquirimos ropa, joyas y complementos, y un largo etcétera de acciones que podemos hacer desde la palma de nuestra mano y, en la mayoría de casos, disponiendo de una simple cuenta de Facebook o Google y, encima, es un servicio gratuito, o eso es de lo que nos hemos convencido.
Metámonos una máxima en la cabeza: en Internet, nada es gratis, y mucho menos cuando hablamos de grandes corporaciones que cada minuto mueven millones de dólares. La información es poder y el poder es dinero. Conocer nuestras costumbres, nuestros hábitos de consumo, incluso nuestras inclinaciones políticas, permiten a estas marcar mercadear con nuestros datos, vendiéndolos, literalmente, al peso, y me pregunto, ¿eso es malo?
Tal vez podemos pensar que sí, que un trabajador en Washington, Hong Kong o Berlín sepa que los sábados a las nueve de la noche pido una pizza carbonara en la pizzería del barrio a través de una aplicación, es una intolerable intromisión de mi intimidad. Pero, ¿y el día en el que otra pizzería de la competencia me envíe un descuento para que les pruebe poniendo a prueba mi fidelidad? ¿No me sentiré atraído? Claro que sí, y agradeceré que dispongan de esa información.
Lo mismo pasará en el futuro con muchas otras cosas. En la época primaria que estamos viviendo de la televisión a la carta y de las Smart TV, la publicidad que aparece antes, durante y después de cada capítulo de nuestra serie o programa favoritos es impuesta y muchas veces nos aburre, pero ¿se imaginan que un día fuese casi tan divertida como el mismo contenido que hemos solicitado ver? Así, durante cuatro o cinco minutos, se nos mostrarían anuncios de coches cuando estamos barajando la opción de cambiar el nuestro, u ofertas de viajes mientras planeamos nuestras vacaciones… ese es el futuro, que no está tan lejano, de la publicidad y, créanme, nos gustará.
Pero dejemos de vernos como eternos consumidores y miremos, por una vez nuestra faceta de empresarios, autónomos o trabajadores. ¿Pueden imaginar lo que será que con la mísera cantidad de 20 euros podamos llegar a los 100 clientes que, sabremos a ciencia cierta, vendrán a nuestro negocio y comprarán nuestro producto? Y es que la microsegmentación se democratizará y, junto al llamado ‘Internet de las cosas’, cambiará la manera en la que nos relacionaremos con las compras más cotidianas. ¡Descubramos juntos cómo será el futuro en este mundo tan cambiante!
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