Dice mi hermana que cuando nos disgustamos mucho, ya sea con una persona, con una situación o con la vida, tenemos dos opciones: “enfadarnos y desenfadarnos”.
Mi hermana es un remanso de paz. Una de esas maestras que te pone la vida delante, aunque tardes mucho en reconocerla; que te enseña cómo quieres ser, lo lejos que estás de la perfección y qué cosas son importantes y cuáles no merecen ni una brizna de tu tiempo. Nos ha costado mucho hacernos amigas, no se crean que tuvimos una infancia y una adolescencia cómplices. De hecho, no fue hasta que vine a vivir a Ibiza, hace ya 15 años, cuando los 700 kilómetros de distancia que nos separan nos unieron más que nunca. Una paradoja freudiana de esas que te dejan en ridículo cuando alcanzas a comprender el volumen de estupidez que atesoras y lo ciertos que eran los consejos que te dieron todas aquellas personas a las que no escuchaste y que hoy son las piedras angulares de tu existencia. Solamente cuando comprendes la fugacidad de la vida, desprendiéndote de la capa de inmortalidad con la que nos vestimos antes de los 20 años, es cuando aprecias y aprendes a ver con unos ojos nuevos a tu auténtica tribu. La mía la forma mi familia, única, maravillosa, unida e irrepetible; mis amigas de la infancia, de la universidad, del trabajo, de las noches extrañas, de los días eternos y de las afinidades prodigiosas. Mi tribu es muy femenina, aunque los pocos hombres que la conforman son tan bondadosos, inteligentes y nobles que valen su peso en oro, y cada noche se despierta y se acuesta con una meta común: hacer de este un lugar mejor.
Con los años ha habido algunas bajas y otras incorporaciones, con los golpes se ha hecho más compacta y ha construido mejor sus lazos, y con las experiencias se ha fortalecido y ha aprendido a brillar. En mi tribu hay pensamientos muy dispares, pero idénticos valores, y siempre nos decimos las cosas que nos duelen y las que nos enternecen, porque sabemos que los males que se quedan dentro se enquistan y crean heridas. Lo hacemos con sonrisas, abrazos y respeto, no se piensen que nos acomodamos en el rencor y en los brotes de ira, y, si en algún caso ocurriera que alguien se saliese del tiesto, tiramos de la única opción que tenemos según una de nuestras más altas maestras: regarlo, echar tierra sobre el asunto y desenfadarnos.
Lo peor es cuando ocurre algo que no tiene sentido, que no es justo y que nos desmorona por dentro y por fuera. Esos casos en los que una enfermedad o una muerte temprana cercena a uno de nuestros miembros sin razón, dejándonos huérfanos, tristes y solos. En esos instantes en los que el destino nos ha vapuleado sin pudor, hemos tenido que aplicar el mismo mantra: desenfadarnos. Lo hacemos porque todavía nos quedan razones para seguir sumando y brazos a los que agarrarnos y porque el único camino que tenemos es intentar evitar que suceda de nuevo.
Algunos de los miembros de mi tribu colaboramos en una Asociación de Investigación Contra el Cáncer que lleva el nombre de una de nosotros: Elena Torres. Juntos hemos transformado la desesperación en esperanza para que nuestra energía no se pierda en lugares oscuros y vire hace un lugar que nos dé paz. Unidos estamos recaudando fondos desde hace tres años para que una investigadora, Priscila Monteiro Kosaca, logre detectar esta enfermedad con un simple análisis de sangre, antes de que se manifieste, logrando con un complejo estudio con nanosensores que, directamente, pueda frenarse en seco. El próximo sábado nos juntaremos muchos de los que formamos esta tribu, y otros sonreirán con nosotros desde sus ciudades, aunque sean lejanas, porque nos sabemos cerca. Celebraremos en una cena benéfica la magia de la vida, es probable que lloremos, que nos riamos y que recordemos a quienes nos inspiraron a estar hoy aquí, a vivir nuestras vidas por dos, a ser mejores en todo momento porque nos sabemos observados y protegidos y a erigirnos portadores de esta lucha. Lo haremos porque cuando contribuyes a apagar voces ganas mucho más de lo que entregas, porque desde el enfado solo se obtiene más rabia y porque nuestra revancha es, precisamente, desenfadar al mundo.
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