En primer lugar quiero pedirles perdón por desperezarme de mi optimismo natural y sacudirme las palabras sedosas que suelen acompañarme para empezar el año cagándome, sin eufemismos ni rodeos, en el “puto cáncer”. No hay otra manera de enfrentarse y de referirse a esta enfermedad que nos sigue dejando huérfanos cada día, viudos de maestros y náufragos de lágrimas. Se trata de un “bicho” oscuro y sibilino, que nos roba y que nos golpea sin tregua, y que se ha llevado, en un mes escaso, a tres hombres buenos. El primero es quien mejor me enseñó a conocerme, quien me templó para que fuese yo misma y me dio alas para que mi voz sonase fuerte y firme. Pero hay algo que no consiguió apagar: mi admiración eterna por él y su sonrisa, que se enciende cada vez que ponemos la radio. El segundo es el padre de una amiga de esas que tienen alas, de las que ayudan siempre, reparten abrazos que curan y están al otro lado del teléfono cuando las necesitas. El padre de una mujer buena que se merece que la vida le devuelva parte de lo que regala y a quien, sin embargo, acompaña estos días la entereza, como una prueba de su luz. El tercero es un compañero de profesión de esos que se te enredan en la vida, que siempre aportan y que no se olvidan.
No saben la frustración que me produce el “puto cáncer”, el asco que le tengo y cómo lucho por mandarle al infierno del que nunca debió salir. Me paso el día recaudando fondos para combatirle con pociones mágicas y para golpearle con balas de plata, pero él sigue ahí, hurtándonos sonrisas y cercenando futuros. Deja los libros de historias hermosas a medias, cortando los hilos de vidas que ya no pueden escribirse, y siembra rabia, frustración y pena por donde pasa.
No voy a entrar en expresiones demagógicas ni a hablar de luchadores, de valientes ni de héroes. Solo quiero recordarles a todas esas personas que están sufriendo el duelo penitente de las ausencias y del miedo, que nosotros, los que nos quedamos, vamos a enseñarle los dientes y a convertirle en una enfermedad que se cura. Solamente es cuestión de tiempo, porque somos muchos y estamos unidos.
Cambiemos la ira por esperanza, donemos médula, sangre, hagámonos voluntarios de asociaciones, regalemos productos cuya recaudación está destinada a sufragar investigaciones y tratamientos y rebelémonos contra él. Mostremos nuestra cara B del disco si vuelve a sacudir nuestros cimientos porque, en lo más oscuro del dolor, también nacen canciones hermosas, y, sobre todo, llamémoslo por su nombre: “puto cáncer”, sin anestesia, como hace él cuando aparece donde nadie le quiere. Su derrota es mi carta a los Reyes Magos, mi propósito de 2019, mi anhelo y esperanza. Y ahora vuelvo a mi estado vital natural, el que suena a vida y calza sueños. Que te den por donde has venido “puto cáncer”, yo tuve la suerte de conocer a tres hombres buenos.
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