No sé en qué momento comenzaron a escapárseme los “te quieros” con tanta alegría y poco esfuerzo. Puede que con los años se nos caigan las corazas, perdamos la vergüenza o el miedo a mostrarnos vulnerables y nos liemos la manta a la cabeza para presentarnos ante quienes nos llenan la vida a corazón abierto, pero lo cierto es que desde hace tiempo mis mensajes de texto, emails y conversaciones están regadas de “cariños”, “amores” y “te echo de menos”. Puede también que algunas de las personas más cariñosas de mi entorno, cuyos nombres comienzan por “M” y ya son mías, Merche, Marta y María, por orden de llegada, fuesen las primeras culpables de este edulcoramiento. Lo cierto es que cuando tienes la mala suerte de que tus grandes amigas vivan en tres ciudades a un vuelo de tu casa, tal vez necesites soltar muchos “te quieros” para que no se les olvide nunca. Yo, que soy una castellana mesetaria, de esas que escondían sus poemas y los enterraban en cuadernos interminables, hoy les recuerdo en cada conversación, ya sea trivial o necesaria, lo importantes que son en mi vida y cómo mejoran el mundo con sus risas contagiosas, sus caracteres pacientes y nobles y sus miradas honestas.
Un día, en el peor momento de mi vida, aquel en el que decidí quitarme las “mochilas” para dejar de ahogarme e intentar sobrevivir, mi madre me dijo que era la persona con más y mejores amigos que había conocido nunca. Ella, que ha vivido mucho y ha entregado tanto, me clavó sus ojos negros para que, en aquel pozo de dolor en el que estaba sumida, me sintiera afortunada. Porque de todo lo malo se sale si uno tiene amigos, me dijo.
Ahora, mirando con perspectiva aquellas palabras que todavía me huelen a habitación de hospital, me doy cuenta de cuánta razón tenía mi madre, esa mujer que cada día está más cerca de mí, aunque la tenga lejos, pero cuyos consejos son ya el mapa que guía mis días.
Como cada año vendrá esta semana cogida de la mano de mi padre a pasar unos días a Ibiza y ya estoy preparándome para intentar no ser borde, ser lo más cariñosa que pueda, no recriminarle si me repite o no las cosas, y recrearme con el sabor de sus croquetas mágicas. Este verano juntos vamos a hacer todas esas cosas que merecen la pena: bebernos un buen vino, cocinar en familia, mirarnos sonriendo tras ver un atardecer, comernos un higo recién cogido del árbol, degustar las mejores gambas y pescado del mundo y reírnos hasta que nos duela la tripa con los chistes de mi padre. Vamos a celebrar que por fin ha dejado de fumar y que ahora está más guapo que nunca, aunque se enfade porque escriba una vez más de él en esta atalaya, y vamos a darnos decenas de paseos en la barquita de Talamanca que tanto les gusta. Seremos clientes VIP de los chiringuitos de Talamanca y compartiremos confidencias con Adrián, Aída y Rai, mientras mi perra pone su mejor cara para ver si le cae algo. Leeremos juntos los periódicos, veremos alguna peli rara y visitaremos los restaurantes de siempre, con los amigos de mi isla, que se han convertido ya en familia.
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