No preciosa, eso no es amor. Las cosas que te dice, las cosas que te repite y las cosas que te obliga a hacer no tienen nada que ver con esa palabra. Todo aquello que insinúa que eres o que no eres, no es una señal de amor, porque el amor está basado en el respeto, en la admiración, en la generosidad, en la confianza y en la entrega y su actitud posesiva está a años luz de este sentimiento.
Cada vez que te llama tonta y tú te convences de que así aprenderás más, justificando que mine tu autoestima para hacerte mejor persona o ponerte los pies en el suelo, solo te está haciendo más pequeña, más suya y menos tuya. Quien ama verdaderamente a otra persona le construye unas alas con las que volar, no le corta las que ya tiene.
Tú misma te engañas del mismo modo que él te miente. No preciosa, eso no es amor. Cuando te controla, te mira el teléfono o se mete en tu cuenta de correo electrónico, es él quien comete una falta grave contra ti y deberías ser tú quien le gritase a él por violar tu intimidad, en vez de bajar la cabeza y llorar cuando te recrimina sus falsos descubrimientos. Cuando te dice qué ropa debes ponerte, cómo tienes que maquillarte, con quién te autoriza o no a salir o hablar, no te está demostrando su amor, sino que lo está aniquilando.
No preciosa, eso no es amor. Tu sumisión es el abono del campo de dolor, de frustración y de humillaciones en el que vivirás a su lado si permites que continúe golpeando a tus sentimientos en el falso nombre del amor. Nada es normal, nada es justificable y nada merece la pena tanto como para doblegarte a sus miedos. Al final, ni él es tan fuerte como te hace creer, ni tú estás tan desvalida como aparentas. Tienes unas manos, una piel y una garganta para gritar al mundo quién eres y qué es lo que tú quieres. Siento mucho no haber escrito este artículo hace un año, dos o tal vez tres, porque Ada tal vez lo podría haber leído, habría creído en la magia de su nombre, en un futuro sin un enfermo de celos, ira y rencor a su lado. Cuando gritó “¡Basta!”, era tarde. Él siguió enarbolando una palabra que en su boca no significaba nada y simplemente terminó la tarea que había iniciado; matando a la persona, después de la metáfora.
Esos cobardes que no saben ser personas, que desconocen lo que es querer de verdad, que después se quitan la vida, en vez de hacerlo antes, son demasiados, están en cada barrio, en cada familia y son el germen de una sociedad que parece muda y no responde ante un machismo tácito que seguimos viendo como algo normal. Porque al final, si desde el primer beso o desde la primera bofetada en la cara o en el alma, alguien le explicase a cada “hada” que eso no es amor, tal vez las cifras dejarían de bailarnos con tanta saña en la cabeza. No preciosa, escúchame, créeme, eso no es amor. Mándale de una santa vez a la mierda.
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