En los últimos años están cerrando en Ibiza negocios regentados por familias que durante décadas han nutrido a nuestros ciudadanos de productos o platos hechos con amor en la isla. Muchos han aguantado hasta su jubilación para terminar colgando el cartel de “cerrado” y ceder ante un mercado que no defiende a las pequeñas empresas de toda la vida, esas que humanizan a una ciudad, le dan identidad y cariño. Hoy nuestras calles ven cómo cambiamos teatros o pequeñas tiendas por grandes superficies frías donde ponderan las ofertas en detrimento del cariño.
Primero fueron las tiendas de música: todas. Después le llegó el turno a boutiques y mercerías y ahora vemos cómo nuestras librerías desaparecen sin remedio. La última en anunciar su marcha ha sido “Vara de Rey” y con ella perdemos no solo un rincón auténtico donde la cultura y la magia se daban la mano, sino también un espacio en el que muchos autores de Ibiza tenían cabida para vender sus obras. Y la culpa, no se equivoquen, es nuestra. Nadie cierra un negocio rentable. Si algo funciona se traspasa, aunque a sus propietarios les llegue el momento de descansar, y si la decisión se inclina por la venta es porque las cuentas no salen, y quienes ponen el grito en el cielo por no poder volver a atravesar sus puertas tal vez no lo hacían tan a menudo como debían. A las empresas les pasa como a los matrimonios: cuando el amor se rompe tal vez se deba a que no se fabricaba en la cantidad precisa.
España es, o al menos lo era, el país de Europa con más bares y librerías por habitante. El problema está en que beber bebemos mucho, pero leer leemos poco. El informe de 2017 “La Lectura en España”, publicado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), arroja que el 39 por ciento de los habitantes de nuestro país no leyó ningún libro en 2015, que en 2013 se apagaron las luces de 700 librerías y que en una década han cerrado el 25 por ciento de los puntos de venta de prensa. Este mismo informe apunta que el 51,8 por ciento de la población española no ha comprado un libro en el último año, ni siquiera para regalarlo, lo que explica el cierre de tantos establecimientos dedicados a este noble oficio. La crisis también ha tocado de lleno a un gremio que atiende peor sus negocios y los surte menos. ¿Cuántas veces han pedido un título y no lo tenían? ¿Y en cuántas ocasiones en Ibiza les han dicho que tardarían dos semanas en recibirlo? Hablamos de tiempos de espera que superan a los de las tiendas digitales y que nos llevan a abortar misión o a ser infieles y acabar sucumbiendo a Amazon. Y no les estoy hablando de obras complejas sino de “Ana Karenina”, “Flores para la Señora Harrys” o “La elegancia del erizo” en mi caso y en el último año. Según mi propia estadística, más de la mitad de las veces que he buscado una obra no la he encontrado en la isla y he tenido que encargarla fuera, salvo cuando he caído en las garras de autores de moda, de actualidad o “best seller”. Aquí no vale tampoco echar la culpa a los libros electrónicos porque somos muy pocos sus usuarios en nuestro país, menos de un 7 por ciento de quienes consumen autores en vena. Entonces, ¿no creen que si todos comprásemos, regalásemos y vibrásemos más y mejor con la lectura, lugares emblemáticos como Vara de Rey no cambiarían el papel por un alquiler, por muy jugoso que fuese?
Aun así, todavía nos queda esperanza. En los últimos 15 años se ha registrado un incremento de 11,2 puntos en la proporción de lectores frecuentes y las bibliotecas públicas han incrementado en un 4% su número de socios. Puede ser porque cuando uno entra en este apasionante mundo queda preso sin remedio de un hábito que nos descubre una de las creaciones más relevantes del hombre y en cuyas páginas conviven historias, mundos reales o imaginados. Leer es como viajar y a los que nos gustan ambas aficiones vivimos con narrador o sin él, pero siempre con pasión, esta forma de conocer culturas, patrimonio y gramática.
Como les decía, con los libros a algunos nos ocurre como con el vino: no podemos tomar solo una copa, y por ello el 47 por ciento de la población que disfruta con este hábito lo consume una vez a la semana al menos y se bebe ocho libros al año de media. Las mujeres superamos a los hombres en frecuencia y curiosamente la población ocupada supera a la parada en lectura. Así que, si no quieren que desaparezcan más negocios maravillosos, recuerden que todos somos culpables de su marcha y que la única manera de retenerlos es no dejar nunca de ser sus mejores clientes para que no tengamos que poner un final a su historia.
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