Siempre he tenido cierta tendencia a defender a los que son vapuleados, independientemente de si estoy o no de acuerdo con lo que dicen, o de si sus errores son de un calado u otro, porque no comulgo con esa costumbre tan española de apedrear a los que cometen un fallo, o dos, ni tengo la mala costumbre de alegrarme por el mal ajeno. Llámenme rara, pero el acoso al que son sometidos en redes sociales políticos de todos los colores o famosos de primera, segunda o tercera, en publicaciones cuajadas de “memes” e insultos, no solamente no me alegran ni me hacen gracia, sino que me repugnan. Por hacerlo, eso sí, he tenido que ver cómo ponen en tela de juicio mi ética, mis luces, mis sombras, o hasta mi título universitario, pero son gajes del oficio y el precio que debemos pagar quienes seguimos los preceptos de Sócrates. De hecho, esta misma semana me han lanzado sin sorna un descalificativo al que nunca me había enfrentado; ya lo ven, siempre hay espacio para aprender insultos nuevos. De pronto, y por poner en tela de juicio las afrentas de una cohorte de mujeres contra una modelo, me han llamado “gordofóbica”. Bueno, y también incoherente y hasta “mala amiga”. Ya lo ven, quienes se creen libres de pecado no solo lanzan piedras contra sus víctimas sino también contra quienes les recriminan su agresividad, sin darse cuenta de algo tan sencillo como que cuando los descalificativos entran en escena la razón sale de la obra y se pierde, se diluye.
Nadie es bueno al cien por ciento, ni coherente de forma íntegra. Nadie es tampoco malo del todo y la vida no es blanca o negra. Eso es algo que te enseñan la vida y los libros, donde acabas empatizando con personajes que, tras conocer y hacer tuyos, llegas, incluso, a querer a pesar de que no tengan nada que ver contigo, y aunque en las primeras páginas se presentasen como auténticos canallas. Tal vez nos falte profundizar, dialogar y escuchar más y mejor, en esta cultura del picoteo informativo en la que estamos inmersos y donde sabemos de todo y de nada, para tener opiniones más abiertas de las cosas, más limpias, menos sesgadas y, sobre todo, más lúcidas. O puede que hayamos olvidado hacernos preguntas para escuchar nuestras propias respuestas y ver que no estamos tan lejos de lo que otros dicen.
Todos hemos dicho o hecho alguna barbaridad en muchos momentos de nuestras vidas y no por ello nos merecemos el escarnio público. No nos olvidemos nunca de que quienes hoy corean con fuerza los gritos contra otro a nuestro lado, mañana se darán la vuelta y los emitirán sin reparos hacia nuestras cabezas. Estos días hemos visto señalar con el dedo a una pareja que se ha comprado un chalet en una zona bien de Madrid. Portavoces y “portavozas”, como dicen ellos, contra los que se han revuelto las masas, las suyas y las que con sus palabras han golpeado durante años, por actuar de forma contraria a sus palabras. Y sí, señores, lo han hecho: han caído en el capitalismo cómodo y sucumbido al anhelo del “españolito” medio, aunque siempre lo denostaron, pero ¿justifica eso el acervo con el que han lanzado en su contra dardos, artículos e insultos?
En la delgada línea que separa la humildad, ya saben, esa cualidad que nos lleva a saber reconocer que “la hemos cagado”, así sin matices, y sacudir el penacho del orgullo defendiendo lo indefendible, bailan los palmeros que otrora danzaban a su son y que ahora silban aullando rencores ocultos. En este país de la piel de toro tenemos todavía la mugre de la envidia pegada a los huesos y la piel caliente y presta a atacar.
Quienes en alguna ocasión “la han liado”, se han expresado mal, o se han desdicho de sus premisas primigenias, ahora que todo queda escrito y grabado y podemos sacar “la maldita hemeroteca” para restregarles sus afrentas, son, al final, como nosotros, simplemente personas con derecho a equivocarse.
Por eso, si unos políticos dimiten, entran en la cárcel o ponen sus cargos a disposición de sus bases yo, personalmente, no me alegro. Si alguien dice una estupidez, se tropieza o publica un “tweet” poco acertado, ¿quiénes somos nosotros para lanzarlo a los leones de este tiempo? Los “trolls” que acuden como hienas hacia quienes caen en desgracia del público. Porque todo lo malo que les ocurra a otros, de alguna manera, en este universo que se bate como el aleteo de una mariposa, nos salpicará, y si hoy no metemos el dedo en la llaga de heridas lejanas, puede que tengamos la suerte de no sentir demasiadas manos rascando nuestros arañazos mañana.
A los demás, a esos que nos llaman “gordofóbicos” sin mirar ni siquiera nuestras medidas, solo puedo decirles que sigan cacareando, criticando, ofendiendo e insultando a sus víctimas, pero no se escuden afirmando que se lo merecen, o aseverando que vierten su opinión, porque si esta va vestida de humillación no es sino una calumnia, y si estaba fundamentada en algo, la niebla de sus agravios no nos permitirá escucharla. Yo seguiré a lo mío, defendiendo a las personas, sin meterme con nadie y escribiendo y leyendo mucho para no dejar de aprender nunca. Porque esta es la mejor manera de tener tantas cosas interesantes sobre las que hablar o pensar que no deja cabida a criticar a otros.
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