Que no nos engañen, no nos han dado libertad, nos la han robado. Quienes nos venden que tenemos en la punta de nuestros dedos la posibilidad de estar conectados con el mundo, reservar restaurantes, hoteles, comprar entradas para conciertos o teatros, gracias a un asistente de voz que resuelve nuestras dudas, o un navegador que responde cada tontería que se nos ocurre, nos han mentido.
Somos esclavos de la comunicación, esposados a nuestros teléfonos no somos capaces de salir ni siquiera a pasear sin despegarnos por un día de esos apéndices que nos roban la vida, el tiempo y la serenidad. Nos sentimos obligados a mirar el correo, y por ende a contestarlo, aunque sea un domingo y estemos comiendo. Nos escriben en festivos a horas intempestivas conocidos de amigos que solo buscan pedirnos favores, sacarnos información o lograr disfrutar “por la tecla” de los lugares de ocio de nuestra isla. Porque, además de hacernos creer que si no les respondemos faltamos a las premisas más básicas de la educación, nos sentimos culpables si mandamos a freír espárragos a las cohortes de jetas que germinan en primavera y nos atacan como mosquitos tigre.
Algunos de los gurús de nuestro tiempo, esos señores que dan conferencias por el mundo a golpe de talonario, provocando sonrisas y repitiendo anécdotas, han demostrado que son más listos que nosotros: no solo por ganar mil veces más que el común de los mortales trabajando menos, sino por haberse pasado de nuevo a los aparatos tradicionales en los que solo reciben llamadas. Créanme que fantaseo con secundarles en sendas vocaciones.
Influencer patrios como Emilio Duró o Josef Ajram afirman pasar solo dos o tres horas frente al ordenador, para responder cada día correos electrónicos urgentes, e invertir el resto de su tiempo en algo tan mágico e infravalorado como pensar. Porque, y en esto tienen más razón que dos santos, si nos pasamos el día enganchados a la red, dando respuesta a todos los que nos escriben, ¿cuándo creamos, qué tiempo invertimos en generar nuestro propio contenido o proyectos?
No son los únicos. La editora de Vogue, Anna Wintour, la actriz Kate Beckinsale o la cantante Rihanna son algunas de las famosas que han optado por volver a comunicarse mediante modelos de marcas como Nokia, Motorola o Ericsson, más por eficiencia y tranquilidad que por moda, con el atractivo, además, de que sus baterías son casi eternas y son más seguros. En aquellos teléfonos no podían robarte fotos, ni datos bancarios, ni retazos de vida.
Si alguien tiene algo realmente importante que decirles les llamarán y si no, es que no era importante. Además, tienen muchas menos posibilidades de sufrir un accidente por no prestar atención al andar o conducir, y su precio ronda los 70 euros. Ya lo ven, todo son ventajas.
Ellos están libres de los odiosos audios de voz, la muestra de la vagancia más recalcitrante y un atentado contra mis nervios, de los chistes en cadena, de los vídeos de gatitos y niños en bailes de colegio y de advenedizos que buscan unas vacaciones gratis con los gastos pagados. La verdad es que estoy pensando muy seriamente convertirme en predicadora, compartiendo monólogos humorísticos regados con consejos para ser feliz asida a un móvil de colores. Algunas veces los tiempos pasados sí fueron mejores. Mamá, quiero ser gurú sin WhatsApp.
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