El otro día mientras paseaba a mi perro un motorista me paró para preguntarme: “Perdona, ¿eres tú la chica de la comida?”. Con una sonrisa le contesté que no y esta se me quedó dibujada en la cara a modo de extraño rictus. Lancé un palo a RAE y pensé que realmente puede que sí que lo fuera: la chica de la comida, la que todo lo celebra, la que disfruta, cocina y promueve encuentros y defiende las citas al amparo de una buena mesa. Mi madre siempre ha reivindicado el espacio de las cocinas para comer, con la televisión apagada para que su ronroneo no distraiga algo tan importante como una buena conversación en familia donde contarles a los tuyos cómo te ha ido el día e intuir problemas o alegrías. Cada vez nos olvidamos más del calor de esos espacios y hemos relegado tradiciones como sentarnos con los nuestros, para apoltronarnos en el sofá solos con una triste bandeja y con la caja tonta liderando nuestros mediodías y noches.
Así que sí: yo quiero ser la chica de la comida, pero no esa, no la que pide una pizza a domicilio, sino la que la prepara, la que escoge con amor cada ingrediente, pensando en quién lo disfrutará, aspirando en el mercado su aroma y sabiendo de dónde viene, canturreando mientras la amasa, sonriendo al saber cómo será disfrutada y tomándose una copa de vino mientras se cuece en el horno. Quiero ser la que abre la puerta e invita a su casa a las personas importantes de su vida para propiciar charlas nimias o las más importantes de sus historias comunes. Quiero ser la que pone fechas para juntarse con los compañeros de la radio de hace una década, con las personas que le importan y que no ve tanto como quisiera, la que une a pandillas desmembradas de la infancia y la que tiene la alocada manía de juntar a quienes no se conocen para lograr que se quieran sin remedio.
Quiero celebrar que estamos aquí y que tenemos la suerte de compartir esta dicha con seres maravillosos y, si esta filosofía de vida me regala unos kilos de más, ya buscaré quemar esas calorías a fuerza de paseos por nuestra maravillosa isla y de carcajadas.
No me importa si las viandas que nos traemos entre manos son verdes, amarillas o rojas, porque lo esencial es que los ojos que las disfruten frente a los míos brillen. Por eso, amigos, yo quiero ser la chica de la comida, la que ahora mismo, este domingo, mientras leen este artículo, está brindando con los suyos en algún rincón de Ibiza, porque razones y amigos no me faltan.
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