Los ladrones de un bar de Valladolid no pudieron evitar sucumbir ante la tentación de una fuente con dos kilos y medio de albóndigas con tomate que decidieron comerse de una sentada tras perpetrar un atraco y que fueron su perdición, ya que les restaron la agilidad necesaria para escapar de la policía. La metáfora de cómo cacos profesionales, bregados en esto de desvalijar negocios ajenos, caen por uno de los pecados capitales más estigmatizados hoy en día, la gula, puede aplicarse a otros campos como el político, donde sueldos de entre 3.000 y 7.000 euros al mes, más dietas, parecen no ser suficientes para mandatarios que deciden meter la mano en la caja pública y que hoy descansan entre rejas, en el mejor de los casos.
Son siete los grandes vicios que azotan a la humanidad y muchas veces van de la mano. Junto con la gula y con la avaricia, descritas anteriormente y que en ambos casos demuestran un descontrol sobre los deseos primarios de poder y de placer, se suman la lujuria, la ira, la soberbia, la envidia y la pereza. No es que quiera con este artículo hacer un paralelismo simplista entre los rateros de las albóndigas y los representantes políticos de distintos colores que no supieron resistirse ante lo ajeno, sino desbrozar cómo ambos deglutieron con lujuria y avaricia el producto del esfuerzo de terceros. Su soberbia les impidió, además, en todos los casos pedir disculpas por ello, la envidia les corroyó de tal manera que quisieron apropiarse de lo que no era suyo y la pereza les inoculó el virus de los que, en vez de trabajar para obtener lo que desean, alzan la mano y lo toman sin piedad, sin moral y sin ética.
La metáfora de las albóndigas con tomate nos lleva a plantearnos la duda sobre la posible regeneración de partidos en los que hemos visto cómo proliferaban las cajas B, las tarjetas oscuras, los cursos de sindicatos fraudulentos, los sueldos vitalicios engordados por presidencias en empresas otrora públicas y hoy monopolistas, a presidentes de comunidades autónomas y ministros en la cárcel, o tramas familiares corruptas entre nacionalistas amantes de Andorra. En nuestras islas no nos hemos librado de esta plaga de pícaros de playa, aunque también es cierto que su pedigrí era mallorquín en la mayoría de los casos y que los candidatos que se presentan a nuestras instituciones pueden presumir de ser de otra casta.
Analizando a quienes aspiran a dirigir durante los próximos cuatro años nuestros Ayuntamientos y Consells, he sentido una punzada de esperanza y un soplo de aire fresco porque, entre todas las opciones que se barajan, proliferan, al menos, las mentes sensatas. Cabezas de distintas listas entre cuyos pecados no se encuentran los que han infectado a compañeros de siglas de otras capitales. Tal vez, como la filosera en Formentera, la plaga de los ladrones no ha cercenado las viñas de nuestras islas y estamos libres de tan graves tentaciones.
Sea como fuere, me quedo con la frase de una amiga mía que me dijo el otro día, entre Ribera y Ribera: “gane quien gane, esta legislatura tenemos la certeza de que nos gobernarán buenas personas”, lo cual ya es mucho más de lo que esgrimen otros allende los mares.
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